a Sergio Sánchez
¿Nosotros? Sí: miramos
las cosas como por
primera vez, y nos
extasiamos y las
celebramos: algo hubo
que apareció sin más,
resplandeciente y vivo,
fastuoso en su humildad.
Pero después andamos
de sorpresa en sorpresa:
como quien colecciona;
o, y es lo más común,
adocenamos nuestra
mirada, ya saciada
el hambre de una endeble
curiosidad. Y vamos
--¡y no somos conscientes!--
a través de una noche
colmada de delicias
que nacen y se extinguen
como por sortilegio.
¡Ah, noche en que podríamos
ver las flores fugaces!
¡Ah, mirada que, obtusa,
deprecia porque ignora
cada relumbre o ser
que yace: primitivo,
y terrible, y ajeno!
Llueve apenas, ahora:
dos o tres gotas guachas me mojaron
cuando salí de la
estación de servicio, luego de
leer noticias viejas,
desvaríos de cuando aún no había
habido nunca Papa
nacido entre nosotros. La Mañana
(¿era ese diario?) hacía
análisis de apuestas; hoy Bergoglio,
que no era favorito
ni mucho menos, recompensará,
20 por 1, si
no me equivoco, al loco que predijo
que iba a ser Papa. Grácil
la nota, de color: cualquiera puede
vincular, hoy por hoy,
la religión al juego, devolviendo
al Cristo, de este modo,
al mundo: 33 a la cabeza.
Por mi parte, prefiero
saber, no sólo gracias a la lógica
--esa magia vulgar--,
que la Agustín Garzón se está mojando.
Por la pantalla veo
Papa o caca, argentinos.
Ignorantes ladinos:
de connivencia es reo.
Poses de sinapismo
reconcomen la seda
que aguaita en la vereda
del edecán. Lo mismo
que un gozne que chirría
es la tripa del niño;
cada fulgor de armiño
puede servir de guía.
Pelota de las cruces
estrujadas en vano,
repica en el hermano
mi oración. No traduces
el tomillo en agraz
a mi Pampa de ordeñe,
ni eres un odre lueñe
que derramo sin más.
Dice mi amor que creo
en lo que escribo sólo
en el momento de escribir. Qué farsa
parece que mantengo:
por más que me presienta
uno, indiviso, el mismo, la verdad
que salto entre contrarias
formas de ser. Soy yo,
lector apetecido, el que lanzó
al mundo eso que está
ligado, pese a todo,
a mi apellido, sí; pero también
soy todos los demás
que la Mejoradora
va conociendo, y muchos otros más
que callo, que oculté
en ese lodazal
desahuciado que no obstante cobra,
por momentos, mayor
vida y prestancia que
nuestro presente: dios de lo real.