a Mariano Pérez Carrasco
Pero el tiempo es inmenso.
El tiempo es ese gato
indolente que duerme
allá en la mesa, o sólo
hace de blanda estatua.
Imitalo. Callá
tus pasos en la arena
y percibí el silencio,
quieto como una nube.
Todo pende y se expresa,
acabado. Tomá
cada ser al alcance
de tu mano y con tino
sopesalo. Navegan
las cosas hacia vos,
te rozan, se diluyen.
Es una fiel deriva
el tiempo. Es como un buey
que pasta sin apuros.
Confiables, previsibles:
así quiere la gente
que sean tus acciones.
Y si no sostenés
sin más esa promesa,
esa ficción común,
más luego no te quejes
si nadie te acompaña:
vos mismo le mojaste
la oreja a lo más santo,
y eso no queda impune.
Lo mejor es leer. Después de todo,
no importa quién redacta
sino las ocurrencias de una frase
al continuar a otra.
Porque los libros se suceden: algo
que no se agota en la
palabra fin se engancha, de manera
más bien fluida, es más,
practicando una lógica renuente
a las explicaciones,
a otra oración, unidas como cuentas
dispares, pero no
por la intención de los que escriben. Algo
que no descansa liga,
a través de nosotros, aleatorio,
nuestras lecturas. Algo
que no se detendrá, que se extasía
indefinidamente.
Para los otros no
existe que haya habido
enfermedad. Ninguno
de los que ayer reían
imagina ese infierno.
Vivís bajo la forma
de repetir pasillos.
De estrellarte por lustros
contra las mismas aulas.
De vos los otros saben
sólo un apodo. No
exijas empatía
ni mayor disimulo.
Un libro más. Y nada queda. Sueño
de que despierto, parto
de esa ventana y se desconfigura:
dimensión clausurada.
No lo lamento. Tomo sin apuro
otro volumen, leo.
Tal es mi modo de volver al ámbito
callado, primitivo
de la más grata intimidad/alberca:
la de seguir un curso
de letras más o menos ordenadas
que a qué conducen sino
a domos de sentido deletéreo
que de pronto se elevan
--promesas incumplibles, que confortan--
y a que es dulce trepar
sin que mayor registro quede de
mi ascenso, su temblor.
Las palabras ¿qué pueden?
¿Qué haré con ellas? ¿Qué
me permite mezclarlas,
cortar, alzar? Y tocan
manos impredecibles
muchas veces. Cubil
que guarda inesperados
lobeznos y maderas.
Francas o resentidas
oraciones: del fondo
de una caverna surgen
liberados esclavos,
murmuradores. Vieja
cornucopia la voz.
Palabras como cuerdas
que rozo, que devuelven
armónicos que nunca
dominaré del todo.
(Violín que dejo escrito;
arco de los demás.)