martes, 15 de abril de 2014

BAJO BARROSO

Cuando el ultraje reclamó sus fueros 
--mala Malinche, rica colación--, 
cundieron arbitrajes y reveses: 
peritonitis de guadal. La gleba, 
u ocelotes, o liza en la cascada, 
se prosternó con chuchos de Templario 
mientras que los Atridas del Sentido, 
ínclito padecer --su cornucopia 
a pleno melotrón--, correspondían 
con pajes y pancartas a las nuevas 
disposiciones del partido entrante. 
¡Infrecuente quilombo! Entre requiebros 
y madonnas u ortibas el alambre 
dulzón que la Culebra reclamara, 
perínclita de aceites, exigía 
arrestos al venablo del Patrón; 
cejijunto sainete quien, la cofia 
en bandolera, sólido atusara 
contusos con la gracia de un Delfín 
arrinconado por los siglos progres. 
Las niñas de los ojos del Estero, 
alicaídas, lícitas en cuanto 
dejaban de tragar y, sobre todo, 
arrendatarias del valor en pugna 
de los ingobernables ninguneos 
con que el Obispo, pálido neón, 
recompensara al clásico zurdaje 
--devotos a la hora de la guasca 
y despiporre típico del viento--, 
sudaban, reclinadas en la corva 
veranda, añil en que el manubrio en re 
medroso compusiera la partita 
que años después el Coronel Cañones 
--circunspecto beodo-- tarareara 
a trancas y a barrancas, hechizado, 
por lo demás, por la belleza o dientes 
de un óxido al pasar. Todo cundía, 
entonces y después... Pero tan pronto 
como tus lunas --tísicas, estrábicas, 
heridas por la clava de un simún-- 
repiquetearon como pasacalles, 
vino el Atún y me mandó a guardar: 
"paso perita punchi pisotón". 

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