Cuando el ultraje reclamó sus fueros
--mala Malinche, rica colación--,
cundieron arbitrajes y reveses:
peritonitis de guadal. La gleba,
u ocelotes, o liza en la cascada,
se prosternó con chuchos de Templario
mientras que los Atridas del Sentido,
ínclito padecer --su cornucopia
a pleno melotrón--, correspondían
con pajes y pancartas a las nuevas
disposiciones del partido entrante.
¡Infrecuente quilombo! Entre requiebros
y madonnas u ortibas el alambre
dulzón que la Culebra reclamara,
perínclita de aceites, exigía
arrestos al venablo del Patrón;
cejijunto sainete quien, la cofia
en bandolera, sólido atusara
contusos con la gracia de un Delfín
arrinconado por los siglos progres.
Las niñas de los ojos del Estero,
alicaídas, lícitas en cuanto
dejaban de tragar y, sobre todo,
arrendatarias del valor en pugna
de los ingobernables ninguneos
con que el Obispo, pálido neón,
recompensara al clásico zurdaje
--devotos a la hora de la guasca
y despiporre típico del viento--,
sudaban, reclinadas en la corva
veranda, añil en que el manubrio en re
medroso compusiera la partita
que años después el Coronel Cañones
--circunspecto beodo-- tarareara
a trancas y a barrancas, hechizado,
por lo demás, por la belleza o dientes
de un óxido al pasar. Todo cundía,
entonces y después... Pero tan pronto
como tus lunas --tísicas, estrábicas,
heridas por la clava de un simún--
repiquetearon como pasacalles,
vino el Atún y me mandó a guardar:
"paso perita punchi pisotón".
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